La primera ocurre en el jardín de San Marcos en Aguascalientes, con frecuencia cuando visitamos esa ciudad, vamos a dicho jardín a dar de comer a las ardillas. Yo he aprendido mucho de ese entretenimiento, por ejemplo: las ardillas bajan del árbol, cuando alguien rasca con un cacahuate en el tronco, luego se les ofreces el cacahuate con la mano y ellas lo toman con sus dientes, y generalmente se suben a una rama segura y allí lo pelan, tiran las cáscaras y se comen el fruto.
Esta vez fue diferente, parece según nuestro entender que la ardilla en cuestión no tenía hambre, de cualquier modo bajó, tomó el cacahuate como de costumbre y en vez de subir a la rama bajó al suelo, escarbó con sus manos (patas de adelante) un pequeño agujero y enterró el cacahuate, tapándolo después con la tierra que había sacado. Nosotros interpretamos que lo guardaba para cuando tuviera hambre. El caso es que segundos después otra ardilla (que yo bauticé “Ardilla gandalla”) fue al lugar, destapó el escondite y se comió el cacahuate. Mis hijas y yo quedamos asombrados de tal acto, ellas hicieron comentarios como: “qué mala onda”, “no es justo”, “eso no se debe hacer”, “le robó su comida”, etc.
La segunda anécdota sucedió algún tiempo después en un parque de la misma ciudad. Íbamos en una lancha de pedales y decidimos acercarnos a una orilla donde estaban varios patos, cuando estábamos cerca de dicha orilla, escuchamos el graznido de una multitud y de todos lados salieron patos corriendo hacia donde el ruido era más sonoro. Pronto nos dimos cuenta que llegaba un hombre con dos cubetas de comida y comenzó a extenderla sobre una especie de pesebre que hay para ello. Lo que nos llamó la atención es que casi al final llegaron cuatro patos de otro color (la mayoría eran blancos y éstos cuatro eran de pluma café), inmediatamente después de que se acercaran a la comida un pato blanco y seguidamente otros cuantos, comenzaron a picarles y no les dejaron acercarse a la comida; intentaron por otro lado y la misma historia, total que los patos de color, se alejaron y se metieron de nuevo al lago.
Narro estas dos anécdotas porque me parecieron significativas y continuamente vienen a mi recuerdo. Los animales por su instinto de conservación a veces se matan entre sí, pensemos un león o un tigre, atrapando, matando y comiéndose a un ciervo; es una escena macabra, sin embargo sabemos que es su instinto y no pueden hacer otra cosa más que realizar lo que su propia naturaleza les marca.
Los seres humanos somos diferentes. Nuestra naturaleza también tiene una parte regida por el instinto, y pudiéramos pensar a veces que es natural que tengamos ciertas conductas, agresivas o afectivas que nacen de nuestras reacciones instintivas, pero sabemos que nuestra naturaleza tiene también un componente mental que no tienen las demás especies, que nos permite desarrollar la inteligencia racional y emocional, lo que nos guía para que nuestra conducta se adapte a lo que hace bien a todos, comenzando por protegernos a nosotros mismos y protegiendo a los demás.
También tenemos nuestra naturaleza espiritual que nos hace valorar unas cosas más que otras, respetar a los demás, querer para los otros los bienes y placeres que deseamos para nosotros, que nunca hagamos al otro lo que no nos gusta recibir de él, tener la fe de que somos eternos y que Dios habita en nosotros y en nuestros semejantes, y por eso, por estar hechos a imagen y semejanza suya, nos valoramos mucho y medimos a los otros con la misma medida que aplicamos para nosotros.
El caso es que estas inteligencias, que normalmente decimos que son cuatro (física, mental, emocional y espiritual), las tenemos que cultivar si queremos que estén constantemente a nuestro servicio, si queremos obtener la felicidad como fruto de nuestro existir, vivir en armonía y paz, tenemos que trabajar y esforzarnos por darles mantenimiento, de lo contrario se volverán como una gran fuerza que actuará en contra de nosotros mismos.
Los seres humanos tenemos la posibilidad, gracias a estas inteligencias de ayudarnos, de colaborar unos con otros, de crear espacios dignos, ambientes saludables, relaciones cordiales y ser creativos y productivos constantemente. Pero tenemos el gran riesgo de no trabajar estas partes positivas o niveles altos de energía y entonces utilizar todo esto para destruir. Pongamos el caso del crimen organizado o de la guerra, el terrorismo o los pleitos intrafamiliares, intracomunitarios o raciales; en estos casos, no sólo nos convertimos en animales que usan sus instintos para conservarse, sino en pequeños monstruos que hacen uso de las facultades cerebrales para destruir. Y es cuando un ser humano puede destruir a otro: no por hambre sino por odio; puede abusar de otro, no por necesidad sino por depravación; puede robar, no por necesidad sino por avaricia; puede comer, beber demasiado o usar drogas, por gula y por ambición de placer y no por sentirse bien.
Termino diciendo que todo lo que no se forma se deforma, que lo que no se atiende se vuelve contra nosotros, y que tenemos un gran reto como humanos y es el de crecer y desarrollarnos, pensando siempre en las posibilidades que tenemos y no en los límites o en las flaquezas.
Te deseo y me deseo a mí que cada día, cada momento hagamos una gran posibilidad de crecer y no de destruir, de compartir y no de agandallar, de darnos cuenta de la abundancia y que hay para todos y no hacernos víctimas de la posesión neurótica y crear una mentalidad de escasez.
En este camino estamos y estamos invitados a recorrerlo juntos. ¡Feliz viaje!
Espero tus comentarios.
Con mi cariño.
José Luis
Gracias por seguir en contacto:
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