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Sin embargo me alegró mucho verlo de regreso: Sereno, y con una carga positiva en el corazón, no ya con el peso de ida, sino con la motivación para continuar en el sendero de la vida.
Y ante este acontecimiento, aprendí varias cosas que les comparto:
Una, reafirmé la importancia de la familia, las raíces que decimos, pues, lo escuché narrarme cosas de su pueblo, los rituales, el encuentro con los conocidos, las charlas contando lo que no se sabía del difunto, el encuentro con el cura de siempre en su pueblo, el frío de la temporada como para que hasta la piel le recordara climas de la región, la familia cercana, y el sentirse todos unidos en el fogón alrededor de la madre.
Otra, es ese sentido de orfandad, que aunque seamos mayores lo sentimos. El significado de Padre o Madre, es muy fuerte, es vital, nos marca. ¡Y tal vez nos pasa lo mismo con el Padre de la creación, y tal vez ese sea el sentido del infierno, el “sentirnos huérfanos para toda la eternidad”! Pues, al fin creaturas, estamos hechos de un principio, y tenemos un final, y alejarnos de ese principio nos duele, y como es un principio de amor, nos engancha en la continuidad de la vida, en ese eslabón que sigue con el otro, el hijo…que enganchará a su vez al otro…y sentirnos desenganchados de ese principio, por no amar, nos quitará el sentido de la existencia.
Y por esos días discutí también con la frase de Saramago que dice: “Las tres enfermedades del hombre actual son, la incomunicación, la revolución tecnológica, y su vida centrada en el triunfo personal” y pensé en el poblado de mi amigo, y en su papá, y entonces los visualicé muy sanos, todavía muy sanos, por estar lejos del mundanal ruido.
Ahí se da toda la comunicación posible, todos se conocen y se saludan, y saben quién muere, y todos van a la casa y se meten, así, sin muchos miramientos, y van al cortejo, y cuentan la vida del que murió, y cooperan, y dan una limosna que se cuenta para ver cuántas misas alcanzan a decir con ese dinero, comparten todo, hasta en la muerte.
No tienen todavía mucho de la tecnología actual, por lo que ni nos podíamos comunicar, pero, tienen todavía mucho de la naturaleza, hay cercanía, hay acompañamiento, real, no virtual, y por tanto hay encuentro en el bar, en las calles, en las casas, cara a cara, sin encerrarse en sus máquina de cada quien, y en cada casa.
Y su triunfo personal, quedó muy lejos de lo que ahora entendemos. Por eso Don Víctor a sus ochenta y siete años, había sido pastor de ovejas, y pastor de su familia, y su triunfo fue ese, tener a sus cinco hijos y a su esposa reunidos, amándolo, amándose, haciendo algo por los demás en el mundo. De manera que tal vez un moderno citadino, no envidiaría su vida, pero, tal vez sí su muerte. ¡Cuántas vidas nos pueden parecer despreciables ante la mirada moderna, cuyo fin es ganar el mundo entero, pero, sus muertes envidiables, porque en el punto de muerte nos cuestionamos esas vidas! ¿De qué sirve ganar el mundo entero si nos perdemos, si perdemos la libertad, si perdimos el encuentro, y el gozo verdadero de vivir sirviendo? ¿De veras la vida es como nos dice esta sociedad de consumo, para lucir, apoderarse, tener, apantallar, y…morir de todos modos, pero, solos, despreciados, no amados, ni llorados?
¡La muerte nos sigue enseñando las buenas maneras del vivir!
Y la familia se hizo más fuerte con este acontecimiento, y aunque volvieron a dispersarse por el mundo, llevan lo esencial: Raíces, salud y alas. ¡Y regresó a nuestro México y a su familia!
Y hubo serenidad para seguir viendo la vida como este continuo en el que hay que seguir sembrando con alegría, porque al final sí hay frutos, buenos o malos, querámoslo o no.
y así fue nuestro abrazo a su regreso, como cuando yo regresé de mi ciudad a la muerte de mi padre, con un abrazo de esperanza, y un pacto de seguir luchando por la buena vida.
Y como para afirmarlo, nuestro encuentro fue, en un restaurante donde esperábamos a un empresario padre de varios hijos, y de otros más, para un desayuno de trabajo.
¡Paradojas que tiene la vida!
JUAN IGNACIO.