domingo, 29 de julio de 2018

Camposanto


Hoy he visitado el Campo Santo, me gusta más este nombre que panteón o cementerio, aunque tengan el mismo sentido. Prefiero pensar que todo lo que existe es sagrado, es santo, pues en todo está la presencia del creador, de la energía universal, de Dios, o como se te ocurra llamar a lo misterioso.
En el Camposanto de mi pueblo hay una generación a la que valoro de manera muy significativa. Es la de mis de mis padres y mis abuelos. Aquellos que cuando eran niños les tocó vivir una guerra civil, sin siquiera saber cuáles eran los buenos y los malos de la película. Ellos con su incansable esfuerzo nos enseñaron el valor del trabajo, de la familia de la tolerancia y la adaptación a estos tiempos, raros para ellos, acostumbrados a salir con las lluvias de octubre a buscar setas, y ver que sus nietos o biznietos salen a buscar pokemones. Esa generación merece toda mi admiración, y siempre que tengo oportunidad, pido un sentido reconocimiento hacia ellos; algunos, como mi madre están presentes en sus cuerpos con vida, otros como mi padre trascendieron el cuerpo y aquí, en el camposanto están sus restos y una fotografía que hace que recordemos y revivamos la historia. Hoy con mi primo Emilio, recorrimos este hermoso lugar, en el cual por cierto hay más habitantes que en el pueblo, nuestro pequeño viaje fue sin duda, un buffet donde recordamos lo mejor de cada uno de los que recordamos al ver su retrato. Nuestros padres, nuestros abuelos y muchísimos vecinos del lugar al que pertenecemos y del que mamamos la leche que hoy nos hace ser quienes somos. Va en estas letras mi gratitud y admiración por la generación de mis padres y abuelos, y si algo de esto mueve tu inspiración, reconoce y busca en tus recuerdos a los tuyos, es un banquete hacerlo.

En la lápida de mi tío Emilio aparece el inicio de unos versos de Jorge Manrique, que por cierto murió en mi pueblo; “Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar…”, y ahora que tengo un rato de nostalgia y de pensar, quiero escribirlo completo, pues me inspira para meter en mi caja de herramientas este pedazo de sabiduría para mi “filosofía de apoyo” que da sentido a los sinsentidos de la vida humana, como son el dolor y la muerte:

“Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir;
Allí van los señoríos, derechos a acabarse y consumir;
Allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos,
Allegados son iguales los que viven por sus manos y los ricos”.

Pienso que tener una filosofía de apoyo, en el caso de la enfermedad y la muerte, es un buen automotivador del vivir cotidiano, que, con frecuencia, por el tedio de la rutina, pareciera carecer de sentido cuando vemos a los nuestros, a los cercanos, sufrir o morir.

Visitar el lugar donde están sepultados los cuerpos donde habitaron nuestros seres queridos, o sus cenizas; hoy me inspiró, me llenó de sentido y me energizó, para que ahora, en este momento que es lo que tengo y lo que soy, mi cuerpo, aún con vida refleje el ser sagrado y divino que lo habita. Deseo que mi cuerpo sea un lugar digno para que habite mi espíritu ¿Y tú?

Con mi cariño de siempre: José Luis   
joseluis@dordesa.com  www.dordesa.com