sábado, 1 de agosto de 2009

La verdadera plegaria

Queridos amigos:


Cada mañana cuando llevo a mis niñas a la escuela, hacemos una pequeña oración, que han aprendido a hacerla con sus propias palabras, como una plática. Y de alguna manera, sin querer corregirlas, sino dejarlas expresar lo que sienten y dicen. Me llamó la atención todo el año, que la más pequeña de ellas, María Escarlett, empezaba siempre diciendo: “Que estés bien…”


Y claro está que me parecía lo más lógico, fuera de toda teología, en su mentalidad de niña, que el primer deseo fuera que “Él, Dios, estuviera bien”…como un saludo, como una forma altruista, como un buen deseo, como una fórmula de comienzo…que en su ingenuidad me hacía sonreír.



Porque, ¿Y si Dios no estuviera bien? Qué importante que Él esté bien, por lo menos Él…que no lo hayan alcanzado las mafias, ni los partidos políticos, ni la influenza, ni el deterioro económico causado por la avaricia de algunos, ni que esté manipulado por los medios que también unos cuantos manejan a su favor.


¡No, por favor, que esté bien! Es lo mejor que nos puede pasar a todos, porque si Él, que es el “Necesario” está bien, los demás, “los seres contingentes”, podemos tener esperanza, ¿O no? ¿A quién más iremos? Así le dijeron los discípulos, cuando Él les dijo que si querían también irse como los demás, a los que les habían parecido duras sus palabras.


¡Qué estés bien! Que oración tan preciosa, qué padre desearle eso al buen Dios, que ha de haber sonreído cada vez que mi hija en su candor se lo decía.


Porque me recuerda el pasaje del Evangelio, cuando van en la barca y el mar se embravece, el lago de Genezaréth se volteaba todo, y ellos piensan que morirán ahogados, mientras Jesús duerme plácido en la barca, se ve que se había desvelado la noche anterior…y ellos asustados lo despiertan, y le increpan, ¿Duermes mientras casi nos ahogamos? Y él, que también tenía lo suyo y como humano le molestaban esas despertadas así de bruscas, pues, les contestó: ¡Hombres de poca fe!, que fue mejor que decirles otra cosa, o por lo menos el evangelista no lo cuenta por pena, pero, Jesús, acto seguido, le gritó al mar ¡Cálmate! Y al viento ¡Enmudece! Y se volvió a dormir, y ellos, quedaron pasmados, sólo pudieron articular al ver que volvía la calma en la naturaleza: ¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen?


Y aunque eran miedosos, y con poca fe, habían hecho algo importante, y bueno, “lo habían subido a su barca desde el principio…Él iba con ellos”. Porque sucede que en nuestra vida, siempre habrá oleadas y unas tremendas, pero, si a Él lo embarcamos con nosotros, lo metemos en nuestros proyectos, cuando las cosas se pongan bravas, podremos despertarlo, acudir a Él, pues, Él va ahí también…

Pero, ¿Y si no, y si no lo embarcamos con nosotros? ¿Si ÉL no está bien y dormido plácidamente, y sólo basta despertarlo? Entonces nos viene el miedo y el pánico, estamos solos, y Él no está bien…Él ni siquiera está con nosotros conscientemente.


¡Qué Él esté bien, que venga con nosotros, que siga siendo el que nos llene de entusiasmo, y esperanza, que siga provocándonos la fe!

Y que nosotros tengamos el candor de gritárselo cada mañana: ¡Qué estés bien, porque si tú no estás bien, todos los demás, estaremos amolados, muy amolados, y no sabremos a quien ir ya!


Con mi cariño, y compartiendo con ustedes estos lindos aprendizajes de ser papá:


Juan Ignacio


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