Estando en vísperas de la llamada SEMANA SANTA o SEMANA MAYOR, viene a nuestra mente el preguntarnos sobre el “nombre” o “el porqué” del título que le damos a las cosas, eventos, sucesos, o tradiciones, para poder no sólo seguirlas, hacerlas, o continuarlas, sino buscar la forma de vivirlas, de darles su significado, o de cargarlas del contenido que merecen al saber porqué surgieron, satisfaciendo así un requerimiento natural de nuestras mentes humanas que funcionan siempre buscando el sentido, el porqué o para qué de lo que hacemos, y porque sólo sabiéndolo, podremos tener la libertad de aceptarlas o rechazarlas, como algo que nos nutra o como una simple creencia más que habrá que abandonarla o renovarla.
Me ha pasado más de una vez, que inquiriendo el significado, o el porqué de algo, obtengo una respuesta tan simple, que me cuestiona el porqué no lo había captado con mi lógica, yo mismo, o porqué me parecía algo incuestionable o muy distinto a mi cultura, y que sin embargo es lo más común o lo más humano, y que sabiéndolo lo entiendo y me río de mi búsqueda rebuscada. Así me pasó por ejemplo cuando llegando una vez al Uruguay, a su capital “Monte Video”, pregunté sobre el origen del nombre, y la respuesta fue que por el descubrimiento portugués del lugar, un marino que gritó “Monte video” que en español sería: “Video un monte” (Veo un monte) y que entonces se le quedó así, se le bautizó así con esas primeras palabras…simple y sencillamente por esto…
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Hasta ahí podría ser la respuesta religiosa, del porqué la llamamos así en nuestra cultura occidental y de tradición Cristiana, y que como toda festividad, va cargando con una serie de tradiciones, costumbres y folklor que acompaña siempre a estas celebraciones humanas, como son: Los tradicionales puestos de venta de todo tipo de alimentos, objetos religiosos, la antigua quema de los judas el sábado santo, el mojar a la gente ese mismo sábado que llamaban de –gloria- como signo de purificación y de preparación a la noche más grande que es la noche de Pascua o Resurrección, el desfile de la marcha del silencio en viernes santo con personas vestidas de penitentes, el famoso ya vía crucis del viernes santo el algunas ciudades, la bendición y venta del pan bendito, la venta y bendición de las palmas el domingo de ramos, y en fin, una serie de tradiciones lugareñas que sobre cargan el contenido verdadero, y desvían la atención de lo esencial, distrayendo más que concentrando la atención de los creyentes en el conocimiento, meditación y enamoramiento del Jesús histórico, que se hizo uno de nosotros, en todo, menos en el pecado, que se quedó en forma de alimento proclamando que nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos, que siendo coherente con su vida y enseñanza aceptó la muerte, enseñándonos a vencer al mal con el bien, y a tener paciencia porque ese bien triunfará sobre el mal aunque no inmediatamente, y que por eso la fiesta más importante es la RESURRECCIÓN, que se prolonga hasta Pentecostés, la fiesta del Espíritu, enseñándonos así, a ver más en el interior que sólo en las apariencias.
Esa esencia que se vuelve fuerte porque cuestiona su misma vida, a quien acepta y cree: ¿Sé comportarme como amigo, tengo verdaderos amigos, hoy que la ciencia nos advierte que mucho de la felicidad humana está en esta capacidad de abrirnos a los demás, y de construir encuentros verdaderos? ¿Doy mi vida por otros, gasto y desgasto mi vida por causas humanas que valen la pena, o la cuido tanto, y es tan light, que no vivo para servir y por tanto no sirvo para vivir? ¿Sé comulgar con los otros, con la naturaleza, con un proyecto de vida, que me hace sentarme a la mesa humana a compartir mi pan, y tomar del de los demás, o soy espinosito, egoísta, cerrado, difícil, racista, criticón, incapaz de participar en la última cena con EL Señor? ¿Abrazo, o sea, acepto plenamente la cruz, mi ser humano, con todas sus consecuencias, y la humanidad de los demás, con sus flaquezas y gorduras, los acontecimientos críticos que nos acompañan, hasta mi misma muerte, y quiero que sea para bien y construcción del Reino de Dios? ¿Creo en La Resurrección, y por eso, no me achicopalo ante las adversidades, ante esta lucha contra el mal, aunque parezca que va ganando, que es inútil, que mejor hay que aliarse al sistema corrupto, y aprender a vivir en la mediocridad y el utilitarismo? ¿Creo que hay algo más que las apariencias del cuerpo, el dinero, el poder, los honores, la rapiña, y el apantalle, y que debemos luchar por lo esencial, lo humano verdadero, el Espíritu, y los valores que nos constituyen como humanidad? ¿Creo en la alegría y en la Esperanza, porque sé que Él nos prometió estar con nosotros empujando esta carreta, hasta el final de los siglos, o sólo creo ya en el destino, la madre tierra, la evolución y reencarnaciones, el sincrodestino mental y casual, sin ninguna voluntad salvífica, ni un Dios Padre amoroso que nos convoca como hermanos y pone en nuestras manos la realización de una humanidad mejor?
Porque de esto se trata la semana santa o mayor, de hacernos cada vez más profundos y de ir contestándonos las preguntas existenciales que nos cuestionan como humanos. Hoy que tenemos el reto en Europa de una laicización que les va haciendo perder el sentido de la vida, y cuya oleada nos va llegando, y nuestro propio reto en América Latina de pasar de una “mera religiosidad” a un “Cristianismo profundo y espiritual”. Y porque sabemos que por más que nos queramos distraer y no responder, vemos a nuestro alrededor que todos tenemos un límite, que nuestra vida tiene un final, y que hay que responder de lo que vivimos, porque ese tránsito también es para nosotros y quién sabe qué tan cerca lo tengamos ya. No es una realidad para el miedo, sino para avivar nuestra voluntad y entusiasmo por algo mejor, lo merecemos, somos hijos no esclavos, somos invitados a la “fiesta de la vida” y tenemos que vestirnos con el traje de la “participación y conciencia”, que es el traje de la fiesta.