sábado, 26 de marzo de 2011

ALGO SOBRE MI PADRE

En primavera despierta la pasión, es tiempo de luz. Esplendor, naturaleza, colores, vida. Día del niño, de la madre, del maestro, de la gratitud. Tiempo de flores y de llevarlas a la virgen en muchas culturas, representando a la gran madre de todos, y a quienes ejercen esa maternidad y desplegando como humanos la gratitud hacia quienes nos dan la vida.

El cineasta Pedro Almodovar, manchego por cierto, tituló una de sus películas “Todo sobre mi madre”, en la que nos rEecreábamos con escenas de Castilla la Mancha, mi tierra y la de mis ancestros. Hoy quiero escribir “algo sobre mi padre”, con la certeza de que él, ahora, me inspira más que nunca. Lo de “algo” es porque es tan grande lo que de él he recibido y tan pequeño lo que conozco de sus verdades profundas, que no me atrevo a decir que sé mucho de él, pero sí puedo publicar y expandir que lo que él significa para mí es grande y que su presencia, ahora que no tiene el límite del tiempo y del espacio, es muy gratificante para mí.

Nació en Santa maría del Campo Rus, el mismo pueblo que me vio nacer años después que a él. En tiempos difíciles, en circunstancias limitadas, en el seno de una familia pobre y trabajadora, hijo de un pastor de ovejas y cabras, que le dejó la herencia del oficio y la responsabilidad de cuidar a cinco hermanas y a su madre desde los 12 años, ya que mi abuelo Luis, partió de esta tierra a lomos de una pulmonía, como se acostumbraba en la época.

Mi padre me contó alguna vez que aprendió a escribir en el campo, cuidando de las ovejas, escribiendo sobre una piedra blanda, utilizando como pluma un guijarro, que es una piedra más dura. Sentado frente a mi computadora, moviendo todo lo rápido que puedo los dedos, me es difícil entender que en aquellos tiempos no llegaran ni a cuaderno y pluma (y hoy nos quejamos de crisis y carencias). La voluntad de aprender de mi padre era muy fuerte, igual que su amor al trabajo, la dedicación al mismo y su sentido de responsabilidad desarrollado al máximo.

El día del funeral de mi padre se conjuntaron varios signos que hicieron en mi alma la alquimia de transformar el dolor y la tristeza, en una paz interior percibida por cada célula de mi cuerpo: en medio del invierno frío y lluvioso, un sol resplandeciente nos acompañó camino al cementerio, curiosamente fue el día de Santa Lucía, patrona del pueblo de su padre. Vi llorar a algunos hombres fuertes de mi pueblo, donde la lágrima no es lo más común, y la expresión verbal de algunos, coincidió en que mi padre era un bondadoso hombre, y contaban anécdotas de cómo compartía el poco pan que le daban sus patrones para comer, con otros que tenían menos. Una señal de su presencia en mí fue al pasar por la esquina de la “fuente de Poli”, donde él encerraba las ovejas durante tantos años y ese recuerdo de mi infancia desató el llanto en mis ojos, agarrado del brazo de mi madre a la que le comente: -“cuántas veces pasó por aquí…”, detrás del cuerpo que ocupó mi padre, mi conmoción fue manifiesta, y mis lágrimas testigo de la conexión. Sentí el vació en mi casa al regresar del cementerio, sin embargo pude ver lo orgullosos que todos los hermanos estamos del gran padre que tuvimos y ese vacío paulatinamente se fue llenando con las anécdotas interminables que mi madre cuenta de sus 57 años juntos.

Recuerdo cuando era un niño, la gran ilusión con la que esperaba la llegada del campo cada noche de mi padre, pues en su morral, en el que llevaba su comida nos traía algo de lo que la naturaleza prodigaba según la época: setas, bellotas dulces, piñas con piñones, almendrucos, higos… era una gozosa espera cada noche, aún puedo ver, aunque muy diluida en mi mente su sonrisa cuando metía yo la mano en su morral. Esa conexión de mi padre con la naturaleza creo que tuvo mucho que ver con su sencillez, su bondad y el sentido de vida que en su silencio siempre encontró y que nos transmitió.

Hoy en mis cursos y conferencias me esfuerzo por hablar de los valores que los padres trasmitimos a nuestros hijos, con frecuencia veo la dificultad que tenemos los padres de esta época para modelar ante nuestros hijos los valores que nos gustaría tuvieran. No recuerdo ningún discurso de mi padre sobre el tema de valores, sin embargo miro la vida de mis hermanos, incluso de sobrinos que no lo conocieron tan de cerca y de otras personas que durante su vida tuvieron encuentros con él y en todos quedó el sello de su bondad y responsabilidad. No cabe duda que la mejor forma de trasmitir valores sigue siendo el testimonio.

Y una última palabra pues el espacio es corto y el deseo de escribir sobre mi padre es ambicioso. Su presencia efectiva en donde estaba, el poder del ahora puesto en su quehacer diario. Recuerdo que nombraba a cabras y ovejas por su nombre propio y que las conocía. Siempre me ha gustado esa parábola del evangelio del Buen Pastor; uno de los atributos de ese pastor bueno era que conocía a sus ovejas y ellas lo conocían a él. Ese amor al trabajo, esa pasión por lo que hacía, la perfección con la que mi padre desempeñaba su labor diaria es algo que yo quiero vivir, ahora con más fuerza, ya que siento la presencia de mi padre más cercana.

Termino evocando un ¡ojalá!: Ojalá que yo logre trasmitir a mis hijos lo que mi padre me dejó como legado.

Con mi cariño de siempre y esperando tus comentarios:

José Luis

joseluis@dordesa.com www.dordesa.com

Retiro 2011, "Un tripode esencial para el momento actual "

Amigos un gran deseo de que la primavera se esté acercando a nuestros corazones, para renovarnos. Y que este tiempo de cuaresma signifique ese compromiso para la disciplina del cuerpo, de modo que éste sea el gran instrumento de comunicación del espíritu.

Les enviamos con mucho gusto, en documento anexo (ir a la ruta), RETIRO DORDESA 2011, esperando que aprovechen las promociones por pronto pago. Ojalá se den a la tarea de imprimir unos cuantos volantes de la promoción y repartirlos entre sus amigos y familiares.

Mil gracias. Juan Ignacio y José Luis

http://www.dordesa.com/retiro%202011.pdf

miércoles, 16 de marzo de 2011

En el humanismo hay primavera, cuando florece la cultura


¡Qué triste ver un Invierno, que se prolonga, cuando debiera ser ya Primavera!
¡Qué triste ver crecer la Tecnología, sin su complemento necesario, el Humanismo!
¡Qué triste ver las fuentes secas, los causes sin arroyos, y los volcanes sin glaciares!
¡Qué triste mirar personas que no gozan del supremo bien de la belleza: Vida, Bondad, Serenidad, y Pasión!

¡Qué triste escuchar pueblos que luchan por reivindicaciones económicas, y nunca por sus reivindicaciones culturales!

Y es triste por lo que se nos va secando por dentro y por fuera, la vida misma, la de la piel y la profunda, la del alma, aquella que marginamos mucho tiempo porque pensábamos que no sólo no debía existir, sino que nos humillaba su existencia.

Hoy, sabemos, y desde Carl Jung, con la fuerza de la ciencia, que no sólo existe, sino que si se seca, empieza a secarse toda esa ramificación a la que llamamos en nosotros, “vida”.

Ya decía Federico García Lorca desde 1934: “Bien está que todos los hombres coman, pero, que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del Espíritu Humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social”.

Y preguntémonos, los que leemos este artículo, si vemos algo parecido ya entre nosotros. Ahora, claro está les llamamos “trabajólicos”, algo más eufemístico, en esta terrible organización social capitalista salvaje, que dicta leyes y políticas implacables sobre la belleza, sobre las clases sociales, sobre el estilo de vida, y sobre la economía. Y tiene los látigos de las masas, que te marginan si no vistes de tal manera, si no calzas así, si no pesas tantos kilos, si no usas tal moda, si no vas a tales antros, si no tienes amigos equis, si no consigues el carro o los aparatos tales, y quedas entonces resecándote en las rocas del olvido, la segregación, y la competencia.

Pero, ¿Cómo se alimenta el Espíritu? Con todo lo que es Bueno, Verdadero, y Bello. Por tanto, y sobre todo, con lo simple: La conciencia del aire que respiramos gratis, una puesta de sol, una hermosa conversación, platicar con los niños, esa música que arroba, una valiosa película, el teatro, la contemplación, los encuentros con las amistades y la familia, el servicio desinteresado al prójimo, la entrega alegre al trabajo que realizamos, la pasión por algo que nos desarrolla, y sobre todo la lectura.

Dicen del Padre de la revolución rusa, Fedor Dostoyevsky, que estando prisionero en Siberia, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita, pedía socorro en carta a su lejana familia diciéndoles: ¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera! Y García Lorca explicaba, pedía libros, es decir horizontes, es decir escaleras para subir la cumbre del Espíritu y del corazón.

Llega la Primavera, y nos tiene que hacer pensar en nuestro florecimiento interior, en si estamos vivos o somos ya una máquina al servicio de la empresa, del Estado. Si florecemos porque hemos cuidado nuestro Espíritu, o estamos secándonos, y nos durará el invierno.

¡Cuidado, la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida! Y podemos estar rodeados de gentes agónicas, resecándose por el rencor, la frustración, la neurosis, dado que una vida que sigue las exigencias sociales, pero, no cuida su espíritu, nunca está satisfecha, nada le alcanza, siempre quiere más, la novedad, lo último, para que el ego lo presuma, y sea visto. Tiene pavor al “qué dirán”, le teme al hambre del cuerpo, pero, no al invierno interno.

Necesitamos Cultura, cultivar los valores que nos dan vida, que nos alimentan, que hacen florecer en nosotros la Primavera del Espíritu, liberándonos de la esclavitud social, y haciéndonos más ligeros y alegres en la vida. Así tendremos una sociedad viva, y no una sociedad de muertos por la lucha del Tener, y hambrientos en el Ser.

¡Feliz Primavera amigos, la de la estación que ya llega, y la de nuestro interior que nos reclama!.
CON MI CARIÑO: JUAN IGNACIO.