Amigos lectores, dado el desamparo que se extiende en Nuestro País y en la humanidad actual, es urgente rescatar el sentido liberador de la utopía, y de la esperanza. De hecho, vivimos en el ojo de una crisis del orden político y del tipo de democracia que tenemos, y aún más: de una crisis de civilización de proporciones planetarias.
Y hay quien puede quedarse trabajando toda esta caótica realidad con la sola herramienta de una razón agotada, y llegar al límite de la paciencia, a la desesperación demostrada en actos ilícitos y daños sociales.
Pero, el ser humano en su mochila de supervivencia sicológica y emocional cuenta con otras herramientas, la fe, la utopía y la esperanza, valiosas y necesarias como nos lo dicen diversos autores a lo largo de la historia humana.
Así por ejemplo, Erick Fromm: La esperanza no consiste ni en la espera pasiva ni en violentar la realidad con la ilusión puesta en que se produzcan circunstancias adecuadas para el desarrollo de nuestra vida, utilizando términos políticos podríamos decir, que la esperanza no debe relacionársela ni con el reformismo ni con el aventurerismo radical.
“La esperanza es un estado, una forma de ser. Es una disposición interna, un intenso estar listo para actuar”.
Cuando la esperanza muere la vida termina, se encuentra estrechamente vinculada a la fe, que no es otra cosa que la convicción en algo que aún no se ha probado, cuando es racional se refiere al conocimiento real de algo que aún no sucedió. La fe y la esperanza no deben tomarse como la predicción del futuro sino como la visión presente de un estado en gestación
Y El filósofo Ernst Bloch acuñó la expresión “principio-esperanza”. Por principio-esperanza, que es más que la virtud de la esperanza, él entiende el potencial inagotable de la existencia humana y de la historia, que nos permite decir no a una realidad concreta, a las limitaciones espacio-temporales, a los modelos políticos y a las barreras que limitan el vivir, el saber, el querer y el amar
Es por esto que la fe en la vida, en los demás y en sí mismo tiene que edificarse sobre el terreno firme del realismo, es decir sobre la capacidad de ver los errores ahí donde se producen, de captar las trampas, la destructividad y el egoísmo no sólo cuando se presentan a cara descubierta sino también cuando utilizan distintas máscaras
Así vemos que ni los profetas, ni Jesús, ni Eckhart, ni Spinoza, ni Marx, ni Schweitzer eran blandos, eran tercos realistas que fueron calumniados y perseguidos no por predicar la virtud sino “por decir la verdad”.
Necesitamos esperanza. La esperanza se expresa en el lenguaje de las utopías. Estas, por su misma naturaleza, nunca se van a realizar plenamente. Pero nos mantienen caminando
La utopía no se opone a la realidad, pertenece a ella, porque ésta no está hecha sólo de lo que es dado, sino de lo que es potencial y que algún día podría transformarse en dado. La utopía nace de este trasfondo de virtualidades presentes en la historia, en la sociedad y en cada persona.
México y su transformación se dará, a pesar de las lacras que hoy soportamos. Mantengamos viva la esperanza, esa que nos lleve a gestar las utopías, los sueños, de un País que aún lo tenemos en gestación. Actuemos con audacia, hagamos lío, como nos dijo el papa Francisco, actuemos llenos de fe, de esperanza, y de utopía.
Con mi cariño: Juan Ignacio