lunes, 15 de octubre de 2018

ENCUENTROS



Nada como las delicias de encontrarse con los amigos de la infancia y juventud. Es fácil detectar esa amistad, puedes pasarte uno o dos años sin verlos, o treinta y ocho, como pasó con alguno de los diez que nos juntamos en un bar madrileño en estos días, y puedes hablar de tu vida, de tus cosas, de intimidades y detalles que no comentas con cualquiera, como si tal cosa, como si ayer nos hubiéramos puesto al día.
Esa experiencia llena mis espacios afectivos cuando regreso a mi tierra. Por un lado, mi madre, que es el número uno, con ella la sola presencia lo marca todo. Mis hermanos y sobrinos, que damos por hecho, que el encuentro es significativo y que podemos hablar, compartir espacios físicos, arreglar la casa, acordar asuntos y todo fluye. La conversación familiar es para mí encantadora. Mis tíos y vecinos que al estar en un pueblo chico (que yo digo el paraíso de la comunicación, en lugar de infierno grande que llaman otros), con todo el mundo te paras a platicar, salgo en la mañana a comprar el pan, cada vecina me cuenta algo, me pregunta por la familia, relata una anécdota de ayer o de hace cuarenta años, pero todo pasa de manera natural, no corre el tiempo, juegas con las horas, parte del encanto son esos minutos con cada uno, no se consideran tiempo perdido sino regalos.

Si suenan las campanas en la mañana es señal de que el cura saldrá de viaje y la misa es temprano y corren las cuatro ancianas devotas al llamado; pero si doblan todos los vecinos salen a la calle a ver quién se ha muerto, si es del pueblo, pero vive en la ciudad, probablemente lo traigan a enterrar por la tarde, si estaba en el hospital llegará pronto, si fue en su casa, se aprestan a acercarse a dar el pésame. No usan whatssApp, no lo mandan por mail, aunque el cura es joven y lo pone en Facebook en poco tiempo. Ese es el pueblo, es el tipo de comunicación que tienen, todos saben todo, al menos lo superficial, lo demás lo inventan como en todos lados.
Hay siempre encuentros más profundos, uno a uno, caminando por el campo, o frente a la parcela de cebollas, en el bar con un aperitivo de por medio, o en medio de la procesión de la virgen, la cosa es encontrarse y comunicarse con el corazón. Yo me voy siempre lleno de esos encuentros. Los tengo frescos en mi corazón, no se van, aunque sé que pasará un año sin vernos, aunque no nos escribimos ni enviamos emoticones, es que la conexión es de dentro, sin vergüenza, sin ocultamientos, sin obligación, simplemente hablando de lo que queremos, callando lo que no queremos compartir, sin prisas, sin presiones.
Tengo presentes dos o tres conversaciones de estos días, donde salió a relucir la frase: “eso no se lo he contado a nadie, eres el primero en saberlo”. A eso me refiero cuando hablo de encuentro del alma, esas cosas que fluyen tan fácilmente con alguien y que no salen ni empujando con los demás.
Por eso y por mucho más, como dice la canción, me siento afortunado de tener amigos de infancia y Juventud, compañeros del pueblo, del internado, y de la carrera, compañeros del alma, vidas que coincidimos un día y que cuando vuelve a suceder alegran el momento.
Con mi cariño de siempre: José Luis  
joseluis@dordesa.com  www.dordesa.com

lunes, 1 de octubre de 2018

Amables lectores:
Hemos escuchado mucho últimamente sobre la maravillosa reforma educativa del régimen de Peña Nieto y la impositiva y punitiva reforma educativa para el régimen de López Obrador. Y todo esto confunde, porque no va ni se toca el fondo del problema. ¿Qué es educar?
El discurso pedagógico actual habla con énfasis a cerca de un gran cambio de paradigma en el terreno educativo que consiste en el paso de la visión de la educación centrada en la enseñanza, a la educación centrada en el aprendizaje, que va de una perspectiva centrada en el profesor a una nueva mirada centrada en el estudiante. Pero, esto sólo parece un movimiento pendular con una mirada que a los expertos parece simplificadora.

“Nadie educa a nadie- nadie se educa a sí mismo- los hombres se educan entre sí con la mediación del mundo” Paulo Freire. El gran pedagogo brasileño plantea en esta cita precisamente la centralidad de la relación en el proceso educativo. En su libro emblemático “Pedagogía del oprimido” dice enfáticamente que los seres humanos nos educamos en comunión, es decir, en el encuentro profundo entre seres limitados y necesitados de todos los demás para definirnos.
Martín López Calva en su artículo “La educación como relación personalizante” aclara que si la docencia es la actividad profesional, sistemática y socialmente legitimada que tiene como objetivo la formación de las nuevas generaciones; la profesión que enseña a los niños y adolescentes en qué consiste ser humano, el verdadero eje de esta actividad no es ni el profesor, ni el educando, sino la relación humanizante que se establece entre ambos.
“Estar juntos, decía Jean Luc Ferry (2007) es estar en el afecto, es afectar y ser afectado” Carlos Skliar “Pedagogía de las diferencias” pag. 76. Porque la clave en la escuela y en el aula es precisamente que alumnos y profesores están juntos, se está en el afecto, esto es, afectando al otro y siendo afectado por el otro. ¿Qué tipo de afectación se produce entre docentes y estudiantes en la actividad cotidiana? ¿Los alumnos son afectados en un sentido que les hace más humanos, que les ayuda a ir construyéndose como personas sanas en todas sus dimensiones?
La docencia debería entenderse entonces como un proceso de construcción de una relación personalizante entre docentes y estudiantes. En este sentido, como dice Latapí, el docente es como el antiguo Tlamatini de la cultura Mexica:
“…el sabio encarnaba el conocimiento porque poseía –escritura y sabiduría-; pero encarnaba un conocimiento peculiar, el que versa sobre la educación, que es un conocimiento envuelto en el amor; de él emanaba una energía que transformaba a los demás-haciendo sabios sus rostros-; él ponía un espejo ante los otros, y éstos-adquirían un rostro-; los hacía cuerdos, cuidadosos; gracias a él la gente humanizaba su querer y recibía una estricta enseñanza; él confortaba el corazón, confortaba a la gente, o sea, les infundía esperanza”
Para que esto ocurra es necesario que cada profesor se asuma como ese personaje sabio que se vuelve un espejo ante sus alumnos para que ellos vayan adquiriendo su propio rostro, para que se vayan volviendo cuerdos y cuidadosos, para que humanicen su querer y construyan esperanza.

¿Esto le parece a usted que es educar? Y ya nuestros Mexicas lo sabían y lo practicaban. Mientras nosotros nos perdemos hoy, en una política estéril y demagógica.  

JUAN IGNACIO.