Allá en Aguas Calientes, después de un taller dado a los maestros de un prestigiado colegio de esa ciudad, y de una sabrosa comida de trabajo, en “Las Gambas” (Donde me enteré que así se les dice en España a los camarones), restaurante famoso lugareño, pude pasear por las calles del centro de esa ciudad, en una tarde sin prisas, sin pacientes en espera, sin proyectos en la computadora, sin cursos, porque aunque sí los hay, pude darles un lugar de espera…
Mientras mi compadre saludaba a un familiar, yo, ahí, caminando entre los transeúntes, mirándolos, dándome el tiempo para entrar en las iglesias, admirando cuadros, vitrales, como el mural de la Virgen del Rosario dándoselo a Santo Domingo, enlazándolo a él, en Europa, y a los Dominicos de América, separados por el mar, donde el pintor aprovechó un vitral trasero de la iglesia por donde efectivamente entra al atardecer un mar, pero de luz, haciendo supongo yo, el juego con lo que quiso el pintor, del caudal de gracias que se reciben con ello.
Y caminando caminando, me topé con unos lugares de “venta de libros usados”, y me introduje en uno de ellos. Y ahí estaba el librero, pasando libros de un lugar a otro, con su característica estampa: Estatura media, lentes gruesos, polvo en el cabello haciéndole ver más canas, ojos risueños, y voz acogedora para el que entrara, acomedido a dar la bienvenida. Y esa estampa y el saludo, me invitó a seguir el encuentro, bromeando, inquiriendo… ¿Un negocio de venta y compra de libros usados, se imagina usted? ¿Negocio? ¿En una época en que luchamos para que la gente lea? ¿Vive usted de esto, es negocio? ¿Tiene usted hijos que alimentar? ¿No lo ha despedido su esposa? Y me desbordé con preguntas que provocaran respuestas, como si fueran manos restregándome los ojos para abrirlos y ver algo más que un sueño, era Don Quijote con su Dulcinea…
Mire usted, me dijo, leí mucho desde niño, y desde los catorce años me he metido en esto, sí, tengo tres hijos, ya jóvenes, estudiaron, ahora trabajan, dos casados, la jovencita en Guadalajara, mi esposa se dedica al hogar, éste es mi hobbie, y ahora entre esto y mi pensión, vivimos bien.
Y en serio lo vi bien, lo vi alegre, lo vi vivo, alejado de la ambición, apasionado por sus quehaceres. Yo me senté, pasmado, a escucharlo. Y entonces, como un amante que aprovecha toda ocasión, sacó unas hojas, y me invitó a escuchar algo de sus escritos, y empezó por un poema titulado “Libro de segunda mano”:
El silencio de las palabras
Dormidas, cansadas,
Esperando ser despertadas,
En el alba de otras manos…
Y siguió desgranando la poesía, un bello poema, declaración de amor a lo que hacía:
Yo amo los libros de segunda mano
Porque son en mi vida compañeros de viaje
En muchas jornadas, ni soledad ni desengaño
Porque el libro en la mano
Es amigo fiel que no engaña…
Lo seguí escuchando, leía con entonación, acompañando la voz con la mano, seguido de sus gestos faciales, como en una danza, porque había ritmo, verdad y pasión.
¿No es esto, acaso, lo que necesitamos para vivir: Ritmo, Verdad y Pasión?
Habían llegado por mí, me despedí entusiasmado, asistí a un milagro, en este tiempo de narcos, crímenes, dinero, carreras, presiones, engaños, intereses, ante mí, un hombre enamorado.
Caminé y manejé, pero, sigue en mi recuerdo el encuentro con este Quijote vivo, que a sus años, sigue con su amor, sigue creyendo en lo que hace, sigue metido en lo esencialmente humano.
Y en los estrechos pasillos de su vieja librería, como si fuera un gran foro, ante la mirada de miles de viejos sabios, almacenados, había recibido yo, un espectáculo maravilloso de humanismo. Más allá de los factores económicos y sociales, del qué dirán y cuánto ganas, un ser humano, erudito, apasionado, sirviendo al desarrollo humano, cabalgando en la poesía, sonriente, con donaire, locura y utopía.
Con un fuerte abrazo: JUAN IGNACIO.
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