En un mundo donde las
preocupaciones sobre todo monetarias nos están llevando a perder la alegría de
vivir, condimento indispensable de la salud física y mental, conviene que nos
preguntemos sobre esta capacidad propia del ser humano, que si los papás la
perdemos, perderíamos el mejor recurso para acercarnos a los hijos, educarlos y
formarlos.
Y es que la alegría genuina proviene del interior, sí, ahí donde los
humanos enfrentamos la vida, y decidimos con qué actitud lo hacemos, y por
tanto esta actitud se vuelve un aprendizaje. ¿Qué vemos en los adultos que nos
rodean? ¿Con qué actitud papá y mamá, o familiares, afrontan la vida?
¿Escuchamos siempre quejas de la vida, y vemos amargura en los rostros,
tensión, gritos, desesperanza? O al contrario, ¿Vemos optimismo, bondad,
alegría, y escuchamos que se habla de las cosas buenas de la vida?
La alegría va de la mano del sentido de la vida, y el sentido de la vida
es la respuesta que damos cada día: ¿Vale la pena el día de hoy? Y la respuesta
se escucha cuando se ve el rostro o los rostros de las personas que amamos.
Nuestra familia, nuestro compañero o compañera de vida, nuestros hijos, nuestra
madre o padre, hermanos, dan ese sentido, para ellos trabajamos, sudamos, nos
esforzamos…y vienen luego los rostros de aquellos para quienes realizamos el
trabajo, los clientes, las personas que encontraremos en nuestro trabajo, los
clientes internos, en fin, eso que englobamos con la palabra deber, pero, que
tiene un rostro, un sentido, una motivación.
Cuando hay alegría se agranda el espacio, es como cuando respiramos
profundo y se ensanchan los pulmones, y esto invita a aventurarse en la
esperanza. Sí, cuando hay alegría se puede uno echar en los brazos de la
esperanza: “Lograremos”, “haremos”, “ sí podemos” “aceptamos”. La alegría es
como la luz, no hace ruido, pero en su silencio transforma la realidad. No es
lo mismo vivir con gente alegre que con gente triste, tensa, neurótica, que
hace la vida con menos espacios, sin esperanza.
Es que la alegría viene de la mano de la sencillez, porque su raíz es el
“Ser”, valorarse por la decisión de querer ser, de amar, y por tanto de saber
gozar lo que se tiene, lo que se logra, lo que nos rodea, la vida toda. Y esto
produce alegría, “hay más gusto en dar que en recibir” decimos y lo
comprobamos. Mientras que cuando se confunde y se quiere basar la alegría en el
egoísmo, en el tener, dura muy poco, porque esa sociedad basada en la cultura
del capitalismo, donde todo es presunción, apantalle, competencia, donde eres
valorado por lo que tienes, entonces te lleva a sobrevivir, a desear todo lo
que te presentan, a sufrir por querer tener más, a ver lo que te falta, no lo
que tienes, y si no lo haces serás calificado como mediocre. Y entonces tienes,
pero, no creces, no gozas, sólo presumes, te vuelves superficial.
¿Cómo y en qué queremos educar? Hoy hay ya muchas personas enfermas por
esto, porque todo es correr y querer tener, nada alcanza, nada se goza, no hay
alegría en el vivir. Queremos que los hijos aprendan muchas cosas, pero, no los
educamos, o sea no hacemos que saquen lo mejor que hay dentro de ellos, la
alegría y el gozo de ser. Y sin embargo está demostrado que sin alegría no
puede haber educación, podrá haber sumisión por un momento, pero, esto no
durará, y buscará escabullirse por algún lado. La alegría no somete, sino
convence, persuade, transforma, y de buenas maneras logra, porque con el
ejemplo invita y educa.
Y como todo lo bueno, se aprende mejor en equipo, en familia, en
comunidad, de aquí que proponemos algunas cosas prácticas que pueden servirnos
para realizar esta educación de la alegría en nuestras familias:
1. Hacer la campaña de “Los 21
días sin quejas”, de manera que usando
un brazalete en la muñeca de la mano, cuando nos demos cuenta que nos estamos
quejando de algo de la vida o circunstancias nos cambiemos el brazalete de
mano, y así tomemos conciencia de qué tan quejumbrosos somos, hasta que
logremos no hacerlo. ¿Bastarán 21 días para acostumbrarnos?
2. Leer en familia, o grupo, el libro de “Polliana”, y comentarlo,
sacar conclusiones, pues, esto nos ayudará a ver lo positivo de la vida, a
tener buen humor, alegría.
3. Formar con las amistades, “la sociedad de la alegría” como hizo Domingo
Savio, un joven alumno de Juan Bosco el gran pedagogo, y que supo así, gozar la
vida, proponiéndose entre ese grupo, vivir siempre alegres, a pesar de las
circunstancias de la vida. ¡Imagínese usted con un grupo de amigas o amigos así
de alegres¡
4. Todas las noches en familia, hablar de las cosas buenas que nos
sucedieron o hicimos durante el día, acostumbrando así a los hijos a hablar y
fijarse en lo bueno.
5. Proponernos escuchar a las personas desde la filosofía positiva,
ayudándoles a descubrir lo que no han visto, a escuchar lo que no han oído, y
fijarse en lo bueno que tiene eso que les ha sucedido, de manera que la alegría
se extienda entre nosotros.
6. Cuidarnos de no caer en “el círculo de las noventa
y nueve” el cuento que Jorge Bucay narra, donde se esfuerza uno por conseguir el
1% que falta sin gozar el 99% que se tiene.
Porque la alegría es una emoción, un sentimiento que si no se cultiva,
se muere, entre las ramas de la tristeza, desesperanza, amargura, queja, mal
humor, neurosis, tensión, estrés, que se escucha con frecuencia en todos lados,
o se mira en los rostros de gente que nos rodea, o en los noticieros
amarillistas, creando un ámbito negativo y enfermizo. Como el humo del cigarro
que aunque no lo fume directamente, te afecta.
Propongámonos desde hoy, ser alegres, sencillamente alegres, con una
alegría real que nos salga del interior, de nuestro ser, volviéndonos tan
sencillos que todos se sientan a gusto con nosotros, valorados y apreciados, y
el mundo y la vida nos
sonreirán también.
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