lunes, 15 de abril de 2013

Educar la alegría



En un mundo donde las preocupaciones sobre todo monetarias nos están llevando a perder la alegría de vivir, condimento indispensable de la salud física y mental, conviene que nos preguntemos sobre esta capacidad propia del ser humano, que si los papás la perdemos, perderíamos el mejor recurso para acercarnos a los hijos, educarlos y formarlos.




Y es que la alegría genuina proviene del interior, sí, ahí donde los humanos enfrentamos la vida, y decidimos con qué actitud lo hacemos, y por tanto esta actitud se vuelve un aprendizaje. ¿Qué vemos en los adultos que nos rodean? ¿Con qué actitud papá y mamá, o familiares, afrontan la vida? ¿Escuchamos siempre quejas de la vida, y vemos amargura en los rostros, tensión, gritos, desesperanza? O al contrario, ¿Vemos optimismo, bondad, alegría, y escuchamos que se habla de las cosas buenas de la vida?

La alegría va de la mano del sentido de la vida, y el sentido de la vida es la respuesta que damos cada día: ¿Vale la pena el día de hoy? Y la respuesta se escucha cuando se ve el rostro o los rostros de las personas que amamos. Nuestra familia, nuestro compañero o compañera de vida, nuestros hijos, nuestra madre o padre, hermanos, dan ese sentido, para ellos trabajamos, sudamos, nos esforzamos…y vienen luego los rostros de aquellos para quienes realizamos el trabajo, los clientes, las personas que encontraremos en nuestro trabajo, los clientes internos, en fin, eso que englobamos con la palabra deber, pero, que tiene un rostro, un sentido, una motivación.

Cuando hay alegría se agranda el espacio, es como cuando respiramos profundo y se ensanchan los pulmones, y esto invita a aventurarse en la esperanza. Sí, cuando hay alegría se puede uno echar en los brazos de la esperanza: “Lograremos”, “haremos”, “ sí podemos” “aceptamos”. La alegría es como la luz, no hace ruido, pero en su silencio transforma la realidad. No es lo mismo vivir con gente alegre que con gente triste, tensa, neurótica, que hace la vida con menos espacios, sin esperanza.

Es que la alegría viene de la mano de la sencillez, porque su raíz es el “Ser”, valorarse por la decisión de querer ser, de amar, y por tanto de saber gozar lo que se tiene, lo que se logra, lo que nos rodea, la vida toda. Y esto produce alegría, “hay más gusto en dar que en recibir” decimos y lo comprobamos. Mientras que cuando se confunde y se quiere basar la alegría en el egoísmo, en el tener, dura muy poco, porque esa sociedad basada en la cultura del capitalismo, donde todo es presunción, apantalle, competencia, donde eres valorado por lo que tienes, entonces te lleva a sobrevivir, a desear todo lo que te presentan, a sufrir por querer tener más, a ver lo que te falta, no lo que tienes, y si no lo haces serás calificado como mediocre. Y entonces tienes, pero, no creces, no gozas, sólo presumes, te vuelves superficial.

¿Cómo y en qué queremos educar? Hoy hay ya muchas personas enfermas por esto, porque todo es correr y querer tener, nada alcanza, nada se goza, no hay alegría en el vivir. Queremos que los hijos aprendan muchas cosas, pero, no los educamos, o sea no hacemos que saquen lo mejor que hay dentro de ellos, la alegría y el gozo de ser. Y sin embargo está demostrado que sin alegría no puede haber educación, podrá haber sumisión por un momento, pero, esto no durará, y buscará escabullirse por algún lado. La alegría no somete, sino convence, persuade, transforma, y de buenas maneras logra, porque con el ejemplo invita y educa.

Y como todo lo bueno, se aprende mejor en equipo, en familia, en comunidad, de aquí que proponemos algunas cosas prácticas que pueden servirnos para realizar esta educación de la alegría en nuestras familias:

1. Hacer la campaña de  “Los 21 días sin  quejas”, de manera que usando un brazalete en la muñeca de la mano, cuando nos demos cuenta que nos estamos quejando de algo de la vida o circunstancias nos cambiemos el brazalete de mano, y así tomemos conciencia de qué tan quejumbrosos somos, hasta que logremos no hacerlo. ¿Bastarán 21 días para acostumbrarnos?

2. Leer en familia, o grupo, el libro de “Polliana”, y comentarlo, sacar conclusiones, pues, esto nos ayudará a ver lo positivo de la vida, a tener buen humor, alegría.

3. Formar con las amistades, “la sociedad de la alegría” como hizo Domingo Savio, un joven alumno de Juan Bosco el gran pedagogo, y que supo así, gozar la vida, proponiéndose entre ese grupo, vivir siempre alegres, a pesar de las circunstancias de la vida. ¡Imagínese usted con un grupo de amigas o amigos así de alegres¡

4. Todas las noches en familia, hablar de las cosas buenas que nos sucedieron o hicimos durante el día, acostumbrando así a los hijos a hablar y fijarse en lo bueno.

5. Proponernos escuchar a las personas desde la filosofía positiva, ayudándoles a descubrir lo que no han visto, a escuchar lo que no han oído, y fijarse en lo bueno que tiene eso que les ha sucedido, de manera que la alegría se extienda entre nosotros.

6. Cuidarnos de no caer en “el círculo de las noventa y nueve” el cuento que Jorge Bucay narra, donde se esfuerza uno por conseguir el 1%  que falta sin gozar el 99% que se  tiene.

Porque la alegría es una emoción, un sentimiento que si no se cultiva, se muere, entre las ramas de la tristeza, desesperanza, amargura, queja, mal humor, neurosis, tensión, estrés, que se escucha con frecuencia en todos lados, o se mira en los rostros de gente que nos rodea, o en los noticieros amarillistas, creando un ámbito negativo y enfermizo. Como el humo del cigarro que aunque no lo fume directamente, te afecta.

Propongámonos desde hoy, ser alegres, sencillamente alegres, con una alegría real que nos salga del interior, de nuestro ser, volviéndonos tan sencillos que todos se sientan a gusto con nosotros, valorados y apreciados, y el mundo y la vida nos

sonreirán también.

Con mi cariño: JUAN IGNACIO

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