Aeropuerto
Internacional de Dallas, zona de internamiento al país, entrada de no
ciudadanos… Ahí me encuentro, haciendo fila, o línea o cola, esperando que me
toque el turno de pasar migración. Delante de mí los pasajeros que llegaron
minutos antes en un vuelo de Corea, detrás los que hicieron lo propio desde la
India. Ahí, en medio de dos culturas, unos pocos que arribamos de un pequeño
avión procedente de Querétaro. El símbolo que me aparece en la mente es “El
jamón del sándwich”.
Observo los
rostros, los inconfundibles caracteres asiáticos con sus ojos rasgados y sus
movimientos rápidos; las mujeres de la India con sus saris multicolores, sus
morenos rostros y su tercer ojo bien marcado. Mi pensamiento es veloz ¿Qué hay
en la mente y en el corazón de cada uno de los que aquí estamos? ¿Dónde creció
cada cual? ¿Cómo eran las costumbres de su hogar? ¿Qué valores tiene cada uno?
¿Cómo le haremos para convivir entre todos?
Me encanta
pensar que todos juntos componemos la especie humana que habita este gran
planeta y que podemos, a pesar de nuestras diferencias, respetarnos y aprender
unos de otros. Compruebo que no somos enemigos ni estamos en un campo de
batalla, sino que llegamos a un espacio en el que todos podemos coexistir.
En medio del
gentío unas carcajadas infantiles suenan repetidamente, los niños alrededor de
su madre, con todos los tiliches que lleva una madre viajando, con esa
serenidad que muestran los rostros hindúes, mostrando mucha paciencia, les
sonríe una y otra vez, mientras que un hombre muy grande de raza negra,
trabajador del aeropuerto les hace fiestas y gracias con su expresivo rostro,
mostrando entre la sonrisa sus blanco dientes.
Qué hermosa
sinfonía de colores, idiomas, expresiones y rostros. Imagino los millones y
millones de conexiones sinápticas entre las neuronas, elaborando todo tipo de
pensamientos que contienen expectativas, proyectos, recuerdos, ideas,
prejuicios, sueños; cada conexión generando las condiciones para que hagan
presencia las diversas sustancias químicas: endorfinas, serotonina, dopamina,
adrenalina, recorriendo los cuerpos de los aquí presentes, generando emociones
y condiciones para la relación y la adaptación. Supongo la presencia de las
ondas hertzianas que dan conexión a los teléfonos y aparatos electrónicos que
portamos, también las ondas que conectan
nuestras mentes; puedo ver a través de las miradas los intercambios de
emociones que nos trasmitimos.
Mientras tanto
y avanzando lentamente, paso a paso, me concentro en la respiración consciente.
Inhalo y exhalo con las sensaciones placenteras que aporta el estar atento a
ellas. Siento disfrutar tanto de la respiración, disfruto cada mirada, cada
paso, cada movimiento. Vuelvo a escuchar los gritos y risas de los niños, los
observo y disfruto de su libertad, de su expresión ocurrente y espontánea.
No me había
dado cuenta. Estoy frente al cónsul que me hace las preguntas de rigor y me
invita amablemente a poner mis dedos en la pantalla y mirar a la cámara de
registro. Han pasado 50 minutos y se me han hecho un instante. La fila estaba larga, sin embargo la emoción de contemplar me
hizo disfrutar en lugar de sufrir. Creo que se llama atención plena. Te invito
a experimentarla.
Con mi cariño de siempre
José Luis
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