El 4 de agosto del año en curso, el periódico Plaza de Armas
presentaba un extenso artículo sobre una banda de jóvenes en Acapulco
Guerrero, una decena de buenos estudiantes de profesional, de clase
media, de quienes no había queja alguna de conducta o estudios, todos
con buen promedio, conocidos en su ambiente estudiantil como buenos
compañeros, y en sus familias como buenos hijos, no drogadictos o
alcohólicos, y de buena apariencia, que se dedicaban a secuestrar
compañeros haciéndose amigos de ellos, visitando incluso a sus familias,
y a quienes teniendo ya confianza,atraían a alguna reunión, y ahí los
plagiaban, torturaban, pedían rescate, y como podían ser reconocidos por
ellos, les daban muerte. ¡La sociedad al conocer esto se ha quedado
desconcertada, dudosa, y con grandes interrogantes!
Y
ciertamente que al terminar de leer el artículo, y saber cómo con un
hacha descuartizaban los cuerpos para desaparecerlos, habiéndolo hecho
con más de diez jóvenes hombres y mujeres, compañeros de ellos, sin
mayor razón y motivo, uno se pregunta ¿Por qué lo hacían? ¿Dónde vino la
perversión de sus mentes y corazones? ¿Jóvenes buenos, pero, borregos?
¿De buenas familias pero, sin convicción?
Espanta esto a
una sociedad que nos ha enseñado a “ser buenos”, a fijarnos en las
apariencias, buenas chicas ochicos, con buenas calificaciones, buenos
rostros, buenos coches, buenas familias, buena vestimenta, pero, que
ahora descubre que eso no basta porque las apariencias engañan, y la
maldad se escurre como una sombra por atrás de la bondad natural y no
trabajada o querida, lograda, conquistada.
Hay muchos
niños y niñas buenos de la clase media, que no han tenido el hartazgo
del consumismo de la clase alta, ni la necesidad lacerante del que no
tiene nada, y que han tenido “buena educación” de “buenos padres y
familias” de esa mayoría silenciosa, y trabajadora incapaz de unirse y
revelarse ante la corrupción, de solidarizarseante las injusticias, de
moverse y hacer algo ante las apariencias gubernamentales, por miedo a
perder… ¿Qué? “Las buenas apariencias, de gente no revoltosa, y de buen
vivir”. Y enseñando así la pasividad y el conformismo, aunque haya sólo
la queja verbal.
Nadie permanece bueno por naturaleza, si no lo logra por convicción.
Si no decide hacer el bien y no el mal, aunque lo pueda hacer. Si no
cuida su mente y su corazón del engaño en una sociedad hipócrita y de
apariencias. Si no se cuestiona, participa, sirve, ayuda, y hace el bien
porque quiere hacerlo. Si no descubre su libertad, su responsabilidad y
las consecuencias. Amarse a sí mismo, al prójimo y por tanto a la
familia y a la sociedad, tiene un costo de disciplina y esfuerzo que hay
que pagar. Y eso hay que aprenderlo. Aprender a cuidar el cerebro y el
corazón en lo que leemos, vemos, hacemos. Por eso, entre otras formas de
hacerlo y lograrlo, nosotros lo invitamos a nuestros diplomados, todos
los jueves de 9 a 11 ó de 11 a 1 de la tarde en el salón San Joaquín del
Hotel Real de Minas tradicional, porque de una mente sana y entrenada
depende nuestra vida funcional y plena.
¡Sigamos formándonos, porque lo que no se formase deforma!
Con mi cariño: Juan Ignacio.
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