Amigos lectores:
Ante los hechos contundentes
que afectan a nuestro País, y las preguntas obligadas que todos nos
hacemos, preguntando las causas, hay varias respuestas, como la que da
Jacobo Zabludovsky en su artículo: “No estamos para fiestas” en Las tres
más uno, del 18 de Noviembre del año en curso, donde en un párrafo
afirma:
“La pregunta fundamental sigue sin respuesta: ¿por qué? Vivos
(no perdemos la esperanza) o muertos, aún no sabemos los motivos para
secuestrarlos y borrar sus huellas. Un hecho los une por encima de la
edad, vocación magisterial o ser hijos de campesinos: la pobreza. Es la
señal común. Combatir la pobreza es la forma de evitar tragedias
semejantes. Una mejor repartición de los bienes, mejor acceso a las
oportunidades, mayor confianza en el futuro, salud y educación de
calidad, es mejor remedio que armamentos letales en manos de policías.
La pobreza en México es hoy más agobiante que hace 30 años. De 1984 a la
fecha, el 10% de las familias más ricas del país concentran más
riqueza: de 33% pasaron a tener 35% del total, de acuerdo con los datos
más recientes de la Encuesta Nacional de Ingreso Gasto de los Hogares
(ENIGH) 2012. Por el contrario, las familias más pobres se mantuvieron
prácticamente sin cambios y México se coloca en segundo lugar como país
con mayor desigualdad en el mundo, sólo por encima de Chile”.
Pareciera que esto no fuera causa, que la desigualdad generara tanto,
que la pobreza llevara a esto. Y sin embargo así son las cosas, porque
el ser humano además de “ser” y “estar” tiene el “ex_sistir” o sea, la
capacidad de ponerse fuera de sí, y mirarse, o sea de ser consciente, de
compararse, de darse cuenta de él, de los demás y de su entorno. Y esta
facultad le causa la posibilidad de medirse, y por tanto de envidiar,
de encelarse, de acomplejarse, y entonces de desear, ambicionar, o tener
rencor. De sentir justicia o injusticia, desde su parámetro humano,
social, y moral.
Siempre ha existido esto, desde Caín y Abel, porque
es una parte constitutiva del ser humano. De aquí la importancia
sicológicamente hablando de cómo educamos desde la familia y en los
diversos foros educativos sean sociales, escolares, políticos,
religiosos, económicos, etc. Donde todos seamos tratados con respeto,
dignidad, y equidad. Un niño siente cuando sus padres, aún sin darse
cuenta, prefieren al hermanito, por la razón que sea. Un adolescente se
da cuenta de las preferencias de su maestro. Un joven mide las
diferencias sociales y las padece. Un adulto sufre las consecuencias de
su clase social, género, edad, o preferencia por la causa que sea.
Y
no sólo hablamos de lo económico, sino del daño que hacemos a la espina
dorsal sicológica del ser humano, “su autoestima”, de donde pueden
generarse múltiples enfermedades, como la depresión, el resentimiento,
el sentido de no pertenencia, de inutilidad, etc. Con todas sus
manifestaciones, y la urgencia de tratarlas para que no causen
enfermedades sicosomáticas, o desbordamientos sociales, y tragedias como
las que hemos vivido.
Ahí, en nuestro lugar, en nuestra casa,
en nuestro entorno, seamos justos, tratemos con dignidad y justicia,
con equidad. Provoquemos salud sicológica, alegría y cooperación de
todos, reconocimiento a las diversas aptitudes y agradecimiento hasta a
los pequeños. Hagamos un ambiente de convivencia y crecimiento que nos
den ganas de vivir, de unirnos, de cuidarnos.
Y no dejemos de luchar por una mejor distribución económica, México tiene y lo merecemos.
CON MI CARIÑO:
JUAN IGNACIO CALVA MORALES.
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