Las autoridades
nacionales han metido al País de una manera descarada a un juego por demás
peligroso y enfermizo. Raymundo Riva Palacio en su artículo del 19 de Julio pasado,
en Las Tres y un cuarto, nos lo explica cabalmente,
titulándolo así: Caen las máscaras del Inegi. “En noviembre pasado se mencionaron
en este espacio las maniobras que se venían dando para que el gobierno
recuperara el control del Inegi, la gran fábrica de información sobre la cual
se diseñan políticas públicas en México, que por su autonomía se había ganado
el respeto como contrapeso a las estadísticas y mediciones del gobierno. Su
independencia de criterio y libertad de expresión no era algo con lo que la
administración del presidente Enrique Peña Nieto estuviera cómoda. Todo lo
contrario. El Inegi era un órgano fundamental, y por eso la imposición de Julio
Alfonso Santaella, parte del equipo del secretario de Hacienda, Luis Videgaray,
que está tomando el poder del gobierno, para que hiciera el trabajo de
maquillaje que requiere la administración… Básicamente, lo que sugiere ahora
(Hacienda) es que hagamos en México lo que hicieron en Argentina: manipular las
cifras económicas para reflejar los deseos de los funcionarios”.
Si es peligroso manipular la información a los niños, y crearles aunque sea
con fines nobles y generosos, la realidad, imagínese usted engañar de manera
consciente a todo un pueblo sobre la realidad nacional, con el fin de hacernos creer
que vamos muy bien, y que en este sexenio se cumplen los sueños prometidos,
sobre todo que se abate la pobreza de los hogares.
Si ya tenemos serios problemas con la manipulación de muchas secretarías en
sus informes, y la intervención de partidos en la acción electoral, y lo poco
que quedaba limpio para poder quedarnos con un hilito de fe, era el Inegi,
ahora nos sentimos engañados en totalidad, y la falta de fe dañará más aún la
confianza y relación gobierno-pueblo. Todo niño cuando se siente engañado, crea
una gran desconfianza en seguir creyendo, en confiar y poder comprometerse, en
entusiasmarse y vivir con metas e ilusiones, y normalmente grita en un momento
de rabia y de hastío: “Todo es una farsa”.
Y esto sicológicamente tiene graves daños en la salud mental, y en el
desarrollo personal, pues, en este caso con adultos, aprenderemos a vivir
siempre desconfiados o aprenderemos que se vale engañar para lograr lo que se
quiere: El fin justifica los medios. Una manera perversa de convivir.
Alertémonos, pues, ante esta nueva manera de manipular conciencias, debemos
despertar y lograr una comunicación viva, real y eficaz, sobre nuestra verdad
nacional, para saber tomar decisiones, y seguir cuestionando cada vez más a las
autoridades sobre cualquier dato que nos parezca engañoso y manipulado, que se
den cuenta que engañar es más difícil y pesado que manejar la verdad, a la que
estamos obligados todos si queremos una nación fuerte y una ciudadanía adulta,
responsable y participativa.
Con un abrazo: Juan Ignacio.
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